La niebla de esta madrugada ha engullido de un bocado gigantesco todos los paisajes bajo una túnica blanca, densa y fría, que amortaja los bosques y las aldeas como una caricia helada pero materna. Nada suena excepto cientos de grillos coordinados en un coro estridente e hipnótico que emerge de las nubes. No hay siluetas más allá de un palmo de mis zapatos y el mundo y sus gentes y sus historias parecen haber desaparecido para siempre. Sabes? Yo le hablo a la noche como si mi voz fuera un cascabel sin pretensiones. Sin importar los moratones o las cicatrices que me tatúan el alma. Con ojos como lunas llenas me preguntas tendiéndome tu mano luminosa…“Ha valido la pena?” Y yo, despedazado como un perro junto al arcén oscuro de una carretera angosta, sonrió como La Gioconda mientras asiento encantado. Yo que ya no esperaba nada y lo esperaba todo, que contemplé el mundo desde el ático y hoy lo sufro desde las húmedas mazmorras del inframundo. No necesito nada que no tenga y tengo todo cuanto necesito. La vida, a pesar de su marrullería, siempre acaba por sorprenderme.